Después de un año en el que niños y niñas han sufrido las restricciones más duras, en el que en nuestro país incluso se han incumplido las recomendaciones de la OMS, obligando a niños y niñas de 6 a 12 años a llevar mascarilla en jornadas de 8, 9 y más horas.
Después de un año en el que hemos visto, una y otra vez, un estudio tras otro, que los niños y niñas transmitían menos que los adultos, que se contagiaban menos, que tenían una enfermedad más leve.
Después de un año el que los profesionales que atienden en Atención Primaria son conscientes de que, en la inmensa mayoría de las criaturas, la COVID-19 apenas tienen repercusión, que el famoso “COVID persistente” en menores de 14 años suele limitarse a unas dos semanas de dolores de cabeza, o como mucho un mes de cansancio y malestar general… Volvemos a la carga.
El artículo de Devi Sridar en The Guardian (https://www.eldiario.es/internacional/theguardian/convertira-covid-enfermedad-jovenes_129_8181299.html?utm_source=adelanto&utm_medium=email&utm_content=Socio&utm_campaign=29/07/2021-adelanto&goal=0_10e11ebad6-d736391096-56524837&mc_cid=d736391096&mc_eid=4a412f26ec), me retrotrae al inicio de la pandemia, en el que las criaturas eran “supercontagiadores” y había que “aislarlos” por el bien de todos, pero claro, principalmente “por su propio bien”.
Como madre, y como profesional sanitaria que ha tratado con niños y niñas durante años, no acabo de ver que, en las medidas que se han tomado en éste país, se haya mirado en algún momento por “el bien mayor del menor”, como proclaman nuestra Constitución y nuestras leyes.
Cuando los adictos podían salir a comprar las drogas legales, cuando los perros podían salir a hacer sus necesidades, los niños y niñas han estado encerrados en casa.
Cuando los interiores de los bares han abierto para sus usuarios, los parques infantiles al aire libre han seguido cerrados.
Cuando todos nos hemos quitado las mascarillas al aire libre, en los campamentos urbanos de verano, los niños y niñas han seguido obligados a llevarlas… A PESAR DE QUE NO HAY EVIDENCIA DE QUE LAS MASCARILLAS SIRVAN PARA NADA EN MENORES (¿ésto lo dice algún peligroso negacionista? NO, lo dice la Asociación Española de Pediatría en su revisión de la evidencia, como podéis comprobar en la publicación más abajo).
Y lo que es peor, tampoco hay evidencia de que sean seguras en niños y niñas… Aunque tenemos evidencia de que en adultos disminuyen el rendimiento intelectual y físico, como vimos en el estudio del Ministerio de Defensa que ya he citado en otras ocasiones.
¿”Por su bien”? NO, en ningún caso se ha valorado qué era lo mejor, o cuáles podrían ser los efectos secundarios de las medidas draconianas tomadas con las criaturas.
Y la respuesta es clara. Más de un 50% de aumento de los INGRESOS en Unidades de Salud Mental infanto-juvenil.
Un aumento sin precedentes de la ansiedad, de la depresión, de todos los trastornos mentales en criaturas de cinco, seis, siete años.
Niños y niñas a los que sus compañeros acosaban por bajarse la mascarilla. Niños de cinco años sin mascarilla a los que se les decía que iban a matar a sus abuelos por no llevarla. Jóvenes que se sincronizaban los relojes para poder ir al baño a la vez a abrazarse, porque les habían separado de clases y no les permitían ni siquiera juntarse al aire libre.
Y miles de historias más que los sanitarios y profesores, que los padres y madres, nos contamos con lágrimas en los ojos, porque no comprendemos qué está pasando, porque no sabemos cómo proteger a nuestros hijos e hijas de ésta avalancha de normas y restricciones sin la mínima evidencia científica, y que no han demostrado en ningún caso que sirvan de nada para frenar la pandemia, o para disminuir el número de muertes (Suecia, sin confinamientos ni mascarillas, tiene menor número de muertos por 100.000 habitantes que España, no lo olvidemos… y no tiene más brotes en colegios. De hecho ningún país europeo, donde las mascarillas no son obligatorias en menores de 12 años, ha tenido más brotes en colegios de los que ha tenido España…).
Ahora la excusa será la “variante delta”. Una variante que si bien ha demostrado ser más infecciosa entre adultos, y que ha contagiado más a niños y niñas (no entre ellos, hablamos de niños y niñas contagiados POR ADULTOS, como ha ocurrido toda la pandemia), en ningún caso parece que sea más letal, ni en adultos ni en menores, y tampoco está claro que los menores la transmitan más, parece que, como con la COVID “clásica”, de nuevo los transmisores son principalmente los mayores de 18 años, desde luego por encima de los 15.
Nos dicen que la vacunación es la solución. La vacunación con una vacuna que no impide ni la infección ni la transmisión. (Aunque pueda disminuirlas, es claro que no las impide por completo). Ya tenemos vacunados con la dosis completa hospitalizados, y más de un muerto, supuestamente por (o con) COVID, después de haber sido vacunado, repito, con la dosis completa.
También tenemos vacunados que han muerto por los efectos secundarios de la vacuna. Unos efectos secundarios que en menores de 18 años son tan peligrosos como una miocarditis (una inflamación del tejido cardíaco). Vamos a vacunar a los niños y niñas con una vacuna que no les protege de la infección, que no les impide transmitirla, y que produce efectos secundarios graves, cuando la mayoría de ellos pasarían una infección leve, y en las rarísimas ocasiones en que se les complica produce, ¿lo adivinan?, sí, miocarditis.
¡¡Ya está bien!!. Es hora de defender a nuestros hijos e hijas, de valorar realmente cuál es “el mayor bien del menor”, de poner en valor las necesidades de la infancia. Y la infancia necesita respirar, relacionarse, abrazar, jugar, sentirse seguros y protegidos por sus mayores….
Les fallamos hace un año. No les volvamos a fallar. Protejamos el derecho de las criaturas a SER, a ser niños, a jugar como niños, a relacionarse como niños…
Y nuevamente, no lo digo yo, ni ningún peligroso negacionista, lo pide la Asociación Española de Pediatría, por el terrible impacto que se ha constatado en la salud mental de los menores…
Porque lo que está claro es que las medidas que asumimos el año pasado han provocado más problemas de los que han resuelto, al menos cuando hablamos de menores, y eso tenemos que tenerlo claro a la hora de aprobar, o no, las medidas o restricciones que se vean oportunas.
Los niños y niñas no son “adultos pequeños”, sus necesidades, su inmunidad, su proceso biológico es en todo distinto al de los adultos, y ESO es lo que hay que tener en cuenta.
Escuchémosles, que nos cuenten qué necesitan, y busquemos la manera de dárselo, porque es nuestra responsabilidad como adultos que les quieren y les cuidan.
2 de agosto de 2021
Fuente: nacerlactaramar
Si queréis saber más:
Impactos: 72